20 de agosto de 2016

Buenos días.

Era la semana de las fiesta estivales del pueblo. Es una fiesta muy sencilla. Típica de los pueblos pequeños pero, mucho más divertidas que las de las poblaciones grandes. Todo se monta y se hace por la gente del pueblo y los foráneos. Te integras en la sociedad local y aprendes un montón de cosas.

Uno de los actos es la misa. Desde donde yo estaba sentado, al final de la bancada porque como no creo en dogmas tradicionales, tenía una vista muy global del oficio. Pero, a lo que no quitaba ojo era a la figura del santo. La luz era perfecta. Los colores eran perfectos. La sombra era perfecta. Y en pocos minutos todo eso iba a cambiar por esa estúpida manía que tiene la Tierra con la dichosa rotación. No me corté ni un pelo. Levanté la cámara, medí la escena, encuadré y, como no necesitaba flash, dispare una ráfaga de 12 fotos por segundo que sonó en todo el templo y provocó algún giro de pescuezo de los asistentes para investigar a que se debía ese sonido y quien era el culpable. Conchi me dio, disimuladamente, un cachete en el muslo. Pero, es que la alternativa era quedarme, no sin  la foto del día, sin «La Foto», y eso no podía permitirlo.

Olympus OM-D E-M5 MARK II, Zuiko 14-150mm, prioridad al diafragma (f/4.9 1/5s ISO-200).

Para ilustrar lo anterior, esta foto merece ser mostrada en todo su esplendor.

Aquí la tienes sin recorte.

La foto final pero, en blanco y negro.

Tiene un pero. Si te das cuenta, la sombra, ya empieza a disiparse. Esperé demasiado. Si hubiera disparado 5 minutos antes, sería perfecta. Tardé en decidirme, cuando lo tenía claro media hora antes. Un saludo.